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  • I.G

ESTÁ ES NUESTRA ENFERMEDAD

Estoy consiguiendo que niñas cuenten su historia, que hagan público algo por lo que pasaron y por lo que su vida cambió para siempre. Estoy pidiéndoles que hablen, que lo cuenten y lo expliquen y por ello, me toca también hablarlo a mí. Me toca contar mi historia.


Me gustaría hablar de la anorexia que viví yo y de cómo se siente pasar por ella. Desde el día en el que fui diagnosticada por mi pediatra, el numero de médicos al que atendía se multiplico por cuatro. Pasé de ir al pediatra dos veces al año a ir al Endocrino, Nutricionista, Psiquiatra y Psicólogo cada dos semanas, tenía médico todas las semanas, faltaba a clase y perdía infinitas horas en salas de espera. En estos médicos me pesaban, medían y hablaban, hablaban mucho de porqué no podía seguir así, de la grasa que le faltaba a mi cuerpo para funcionar, de las comidas que íbamos a ir añadiendo a mi menú progresivamente para perderles el miedo, de las cosas que me habían hecho pasarlo mal en el pasado y que podrían ser una causa para mi enfermedad y hablábamos de mí, una y otra y otra vez.


A pesar de que todos estos médicos invertían en curarme, en ayudarme a recuperar algo, salir dependía de mí y yo no podía. Había días mejores en los que sí me daba cuenta de qué estaba desnutrida y era consciente de que necesitaba comer algo más, pero había también días peores en los que los ataques de pánico, la ansiedad y el control obsesivo me llevaban por delante y dejaba de comer, hacía mucho más deporte del que mi cuerpo se podía permitir y me destruía a base de los comentarios que me decía. Empecé a comer y como ahora era capaz de pensar con claridad poco a poco los días peores empezaron a ser menos frecuentes hasta que, de repente, recaía. Volvía a perder el peso que había conseguido ganar, volvía a tener ataques de pánico, volvía a estar irascible y a agotarme al subir escaleras. Luego salía de nuevo, recuperaba algo y me nutria un mínimo que necesitaba. Las recaídas eran constantes, a veces cada mes, a veces cada semana pero siempre volvían y llegó el punto en el que no veía por que luchar, no creía poder seguir con esto mucho más, me encontraba mal y me dolía todo pero al menos la anorexia me aportaba seguridad, era algo que tenía y que dependía de mí. Llegó el momento en el que me rendí, dejé de comer porque estaba agotada de seguir luchando, creí que de está enfermedad no saldría nunca y tampoco quería vivir con ella el resto de mi vida. Está enfermedad mata a gente y al igual que a todas las que la sufren, la anorexia pudo haberme matado a mí.


Doy gracias cada día de que no fue así. Doy gracias de que conseguí aprender el valor de la vida a tiempo y eso me ayudó darme cuenta de lo feliz que soy viviendo. Quiero vivir mi vida y no quiero vivirla con anorexia y por ello antepongo mi salud a mis pensamientos, a lo que pienso de vez en cuando. Ahora estoy mejor y, a pesar de que todavía hay días en los que no me apetece comer, a pesar de que hay días muy malos y de los que muy poca gente sabe, esos días sé que tengo que poner un poco más de mi parte y el siguiente será mejor. Hay que saber estar mal porque las enfermedades mentales no son algo que se vaya con una simple pastilla pero tampoco son algo que nos haga distintas al resto de niñas. La anorexia es algo por lo que pasamos nosotras al igual que el resto pasan por otras enfermedades, está es la nuestra.

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