La verdad es que siempre he vivido muy rodeada y consciente de los trastornos alimenticios. Mi madre siempre ha sido muy abierta con mi hermana y conmigo y nos hablaba de todo, y como una de las mejores amigas de mi madre fue anoréxica y su hija también sufre trastornos alimenticios, pues siempre ha sido una conversación que teníamos en casa, cosa que yo agradezco muchísimo. Pero yo, ilusa, pensaba que lo sabía todo, que comprendía que era una enfermedad mental y no solamente física, que es una enfermedad asociada a factores genéticos, que si le pasa a alguien cercano lo mejor que puedes hacer es ser un apoyo y un acompañante… Pero me la pegue. Porque nunca piensas que te va a pasar a ti, o a alguien cercano. Y cuando pasa no sabes qué hacer.
Lo peor es que me di cuenta bastante pronto. Porque lo sabía. Porque nunca la veía en el comedor, y cuando me ponía a su lado y le decía “tía vamos a comer” y empezábamos a andar hacia el comedor, el segundo que me daba la vuelta o me distraía, desaparecía. Porque no se quitaba la chaqueta nunca y siempre tenía frío. Porque le salieron ronchas en las manos. Porque la comida que siempre le ha gustado de repente no le gustaba. Porque quedábamos para cenar o merendar y no se pedía nada, siempre había comido antes. Por mil razones más.
Y no solo me di cuenta yo, otras de nuestras mejores amigas me venían a hablar de ello. Y comentamos cosas que habían pasado, nuestra preocupación, nuestro miedo. Pero no sabíamos qué hacer, por dónde cogerlo. Temíamos que si le decíamos algo se iba a enfadar y alejar de nosotras, y solo queríamos estar ahí para ella. Y efectivamente, un día que conseguimos que bajara a comer, una amiga la pillo guardándose la comida en sus bolsillos, y cuando fue a hablar con ella sobre el tema, se encerró en el baño y solo accedió a salir si prometíamos que no hablaríamos de ello. Cuando salió, la abrazamos y nos prometió que la estaban tratando, que tenía ayuda.
Pasado un tiempo la cosa no mejoraba. Vino a ver una peli un día a casa y cuando mi madre le abrazo se quedó blanca. Cuando se fue, me lo comentó, y me di cuenta de que había llegado a un punto en el que tenía que hacer algo. Porque hasta entonces yo había tomado la decisión de ayudar desde la sombra, de ser su amiga cuando más lo necesitaba. Pero me estaba llenando de culpa. Sentía que tenía que ser yo la que la curase.
Al día siguiente, fui directamente a la oficina de la psicóloga del colegio con otra amiga. Le contamos todo y rompimos a llorar. Le confesé que me sentía impotente, tonta, culpable y mil cosas más por no haber dicho nada antes. Que me sentía una cobarde por no haber hecho nada cuando mi amiga más lo necesitaba. Y aunque me dijera que no era mi culpa, que yo no era médico y que no tenía ningún tipo de herramientas para ayudar a mi amiga, y que lo que necesitaba ahora mismo es lo que habíamos estado haciendo, acompañarla y apoyarla en todo, no se me fue el sentimiento de culpa.
Desde entonces, mi amiga ha pasado por muchísimos altibajos: ingresos, vuelta al colegio, médicos, autolesiones, recaídas… Pero está bien. Ha salido y está feliz y sana. Y sé que es una enfermedad que siempre está ahí, pero ha aprendido a vencerla y a vivir con ella. Y definitivamente no ha sido por mí. Porque, hablando con ella, me he dado cuenta de que es una enfermedad en la que luchas contra ti mismo. Y en la que obviamente hay que intentar darles a los enfermos todas las herramientas, apoyo y amor que se pueda, pero si el enfermo no decide luchar, no sirven para nada. ¿Y hubiera sido mejor si hubiera dicho algo antes? Pues nunca lo sabré. Porque es una enfermedad que no tiene un manual de pasos a seguir, porque cada persona es distinta. Y aunque siempre tendré la duda y cierto sentimiento de culpa, me consuelo pensando que estuve ahí en todo momento, que ha salido, y en que es una batalla que no puedes luchar por ellos.
Así que la verdad es que no sé qué decir. No sé qué es lo mejor que puedes hacer o decir. Solo sé que tu amiga o amigo necesita tu amor y apoyo, en la forma que decidas dárselo. En mi caso, yo no podía hablar con mi amiga del tema porque si no, no hubiera podido estar a su lado. Así que le mostré mi apoyo de otras maneras, y en cuanto quiso hablar, después de ser ingresada, la escuché todo el tiempo que hizo falta. Y recuerda que tu no vas, y no tienes, y no puedes ser personalmente responsable de la mejoría de tu amiga. Pero bueno, mucha fuerza, y recuerda que estás haciendo todo lo que puedes. Un abrazo.